#Americana2021 – Assassins

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El true crime está de moda. Esto es un hecho. Historias reales sobre tragedias reales que nos acercan no solo al morbo y al voyerismo más autocomplaciente sino también a la investigación especializada, lo cual nos permite ver los entresijos de aquellos procesos que pocos conocemos.

El asesinato de Kim Jong-nam, hermanastro del líder totalitario Kim Jong-Un, causó un revuelo mediático a la altura de las circunstancias no solo por tratarse de un crimen político sino también por la extraña colocación de cada una de las piezas de un rompecabezas que nunca terminó de cuadrar. Y es que desde la comodidad de la distancia es terriblemente fácil dejarse llevar por la fácil conspiranoia más exacerbada. Y el caso no estuvo en absoluto exento de ella. Pero bien es cierto que, como es costumbre, la respuesta más mundana suele ser la correcta.

En contra de lo que pueda sugerir el colorido poster de Assassins, el cual expone bien los elementos que conforman la historia, pero a su vez definen un tono que dista del que terminará siendo el del documental de Ryan White (“The Keepers”), el acercamiento termina siendo más tradicional de lo esperado. Los convencionalismos de esta clase de acercamientos, ya sea en formato seriado para televisión o como en este caso condensados en una película de algo más de hora y media, tienden a repetirse dando forma a un estancamiento de género. La sensación de languidez es una constante, generalmente derivada de una necesidad que es la de contextualizar tanto a los personajes como sus actos y consecuencias. En un caso como en el de Assassins, es absurdo plantearse narrar algo así sin poner en situación al espectador respecto a como el entorno dictamina (y nunca mejor dicho) el camino de los protagonistas de tan macabra historia. A su vez hace que el documental genere interés no tan solo por narrar una trama digna de la ficción, sino también por su mirada crítica al contexto político del este y sureste asiático y como esta jugará un papel decisivo en el devenir de los acontecimientos.

La suma de ambos factores da por resultado una visión trágica que hará encoger las tripas de cualquiera. Y es que la historia que White tenía entre manos corría el peligro de caer en la fácil gracieta camuflada en vacía provocación. Pero lejos de esto, y pese al componente de negrísimo humor surgido de ciertos elementos de la propia historia real y no desde el uso de la narrativa, el director decide transportarnos por lugares que no serán tan fáciles de recorrer. Un camino de aprendizaje de la mano de Siti y Doan, las dos protagonistas reales de una historia con un devenir aparentemente orgánico pero tan orquestada que nos hará arder las entrañas.

Es aterrador ver como el omnipresente ente invisible que representan esta clase de regímenes cubre nuestras cabezas pese a la aparente inofensividad que nos otorga la lejanía. Cuando vemos como el poder de esa inmensidad se contextualiza en lo individual, y como el mundo aparta la mirada para autoconvencerse de que aquello que no se puede ver no existe, es cuando uno se da cuenta de que el peligro es real y que se acerca más a cada día que pasa.

A recordar: El punto de vista que aporta Ryan White a la hora de emocionar sin crear mártires.

A olvidar: Ciertos mecanismos, a estas alturas repetitivos, codificados en el género.

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