Annette
Es realmente difícil anteponerse a una nueva película del inclasificable Leos Carax (“Holy Motors“, “Mauvais Sang“) y, tal vez ello, el enfant terrible decide tendernos una mano nada más dar comienzo la proyección. Las instrucciones son claras. Hay arbitrariedad y autoconsciencia, y es que desde buen principio Carax hará imprevisible lo previsible dando forma a su grandilocuente oxímoron.
Henry y Ann son la pareja de moda. Él, comediante de nueva hornada. Cínico ególatra cuestiona moralidades con sus stand up shows (alguien debería preguntarle a Bo Burnham que opina de todo esto). Ella, estrella de la ópera mundialmente reconocida y rodeada de glamour y exquisitez. La viva imagen de lo sagrado. Su romance culmina en la gestación de Anette, cuyo futuro será dirigido por los egos y terrores del amor suicida.
Es cierto, el francés ha rodado su película más accesible. Existen en Annette múltiples rasgos, tanto estilísticos como conceptuales y literarios, que ayudan a que el estreno de su película más grande hasta el momento no se limite al nicho. Sin embargo, ninguna de estas decisiones parece responder a valoreses trictamente comerciales o monetarios. Carax decide jugar con la cara más visible de su película para esconder en su subtexto su habitual carga de mala baba y cuestionamiento moral.
El carácter musical de Anette, por ejemplo, le permite al director jugar con unos códigos especialmente clásicos que en sus formas aparentan una apacible blancura algo naive. Pero nada más lejos de la realidad. Desde el principio queda claro que la navaja está afilada, por hermosos que sean los motivos que la decoran. Ojo, esto no es en absoluto mero envoltorio. Nada más esclarecedor que las letras escritas por The Sparks (cuyo documental dirigido por el mismísimo Edgar Wright se estrena este año en Sitges) tampoco ahorran en ironía y mala uva pese a lo cínico de su sonrisa.
Carax aprovecha los recursos que le ofrecen las convencionalidades del medio para hablar con ironía de un momento tan concreto como excesivamente dilatado en el tiempo. Uno de apariencia buenista pero con muchos esqueletos en el armario. Prueba de ello es la futilidad con la que el guion pasa por el tema “Six Women Have Come Forward” pese a su incuestionable peso en la historia. El público demanda más belleza.
El artificio ha formado siempre parte de la personalidad fílmica del director, como ya casi verbalizó en “Holy Motors” (2012). Todo ello queda patente en el segundo tramo de la película, en la que se da mayor rienda suelta a la convencionalidad en una especie de chiste meta del que nunca termina de quedar muy claro si hay que reírse o quien debe hacerlo. Como espectadores percibimos un bajón en el desarrollo de la historia entrando en terrenos cercanos al culebrón.
Pero al terminar la proyección, nos damos cuenta de que en la decisión hay una mezcla de necesidad y provocación. E incluso, tras el demoledor final, nos damos cuenta de que jugar con códigos más interiorizados, hace más potente el impacto de aquello que no queremos oír.
Es así que, lejos de dedicarse únicamente a embellecer, el carácter teatral de la película sirve de conductor del discurso, para así poderse permitir de nuevo Carax hablar de una forma más directa con sus espectadores. Ya sea mediante (metafóricos, pero no mucho) juegos de espejos en que ellos mismos se vean reflejados, rompiendo la cuarta pared -sorprendente el casi redescubrimiento de Simon Helberg, al que todos conocemos por su papel en “The Big Bang Theory”, que nos regala uno de los momentos más emocionalmente poderosos de la película- o simplemente con las acciones de sus personajes. Las respiraciones, la fisicidad del peso, el roce… todo ello forma parte del entramado que rodea a unos pletóricos Adam Driver y Marion Cotillard entregados al doscientos por cien en cuerpo (él) y alma (ella). Ambos ejercen de una constante distensión entre la tragedia griega y la fascinación por el personaje del villano. La película clama amor, pero el relato clama odio.
Anette es una amalgama de decisiones irreverentes. Construidas para enamorar, pero cargadas de veneno. Una nueva ocasión para Carax de hacer, literalmente, partícipe a su público de sus temores y rencores.
A recordar: la importancia que supone que un estreno de estas características suponga un evento. Una de las mejores interpretaciones de Adam Driver hasta el momento, sino la mejor.
A olvidar: es difícil no mantener Anette en la memoria, pero desde luego su segundo tramo se recuerda mucho más desdibujado.