Come True

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Anthony Scott Burns debutó en el largometraje con “Our House” (2018), dejando ya clara la dirección hacia la que miraba. Su autoría como músico (Pilotpriest es su proyecto paralelo) toma gran partido en lo sensorial. Su estilo sintetizado y de aire retrowave, que es al fin y al cabo el género al que pertenece su proyecto musical, impactan frontalmente con lo visual.

Y en Come True, denostando una sensación de libertad infinitamente más tangible, este choque, y a la vez unión, se hacen mucho más patentes. El apartado musical, de hecho, podría llegar a ser desmedido si no fuese por que come true es una película que se rige por sus propias normas y varemos. No estamos ante trabajo de carácter abstracto, aunque en más de un momento coquetea con lo experimental. Tampoco es que huya de la narrativa convencional. Pero si es cierto que usa las herramientas del lenguaje de un modo caprichoso, pero a su vez fascinante y adictivo. Lo que aquí hace Anthony Scott Burns -y hacer hace muchas cosas, pues además de director es montador, director de fotografía, compositor y guionista- es apelar al sentimiento de una forma totalmente directa, de un modo, precisamente, muy cercano a cómo actúa la música sobre el oyente.

Cierto es, y pese a que para muchos esto haga saltar las alarmas, que este carácter tan propio que tiene la película nace de la más absoluta nostalgia. Una nostalgia que está muy de moda a día de hoy, pero que tiende a estar entendida de un modo muy superficial. Pero Come True, pese a usar herramientas que están ancladas específicamente a una década tan centralizada en el cine de terror como son los ochenta, termina narrando desde un punto de vista muy actual en que los terrores de la juventud de los 2000 se reflejan en las pesadillas de Sarah, su protagonista. Interpretada por una magnifica Julia Sarah Stone, que es puro magnetismo a la hora de llevar a la pantalla un papel que podría haber caído en la más rabiosa desidia.

La sensación de claridad y despreocupación por las normativas encorsetadas que transmite la película es probablemente su mayor virtud y a la vez el filo de la navaja sobre la que se desliza continuamente. El peligro a caer en el exceso está latente en todo momento, pero el buen hacer y lo fascinante de sus componentes la mantienen viva en los ojos del espectador. Al final un proyecto tan absolutamente propio, gestado en gran parte en el garaje del que más que artífice debería ser considerado padre, termina por ganarse el derecho a auto complacerse y poder doblegar a su favor, por poco que sea, las normas de lo formalmente correcto. Y, sin duda, el momento más cuestionado y que generará un debate más que interesante (ya lo hizo a la salida de los pases en Sitges) será su final. Fallido en lo formal, sí. Pero a su vez un portal por el que dejar acceder no solo muchísimas ideas que nutren muchísimo el concepto y discurso de la película, sino también un juego de descubrimiento que hará que futuros visionados tengan un aliciente añadido.

El apartado visual de la película hace gala de un buen gusto es no solo indiscutible, sino incluso excesivo por momentos. La película contiene momentos de una belleza, muy macabra eso sí, abrumadora. Y también funciona especialmente bien cuando debe dar miedo. Entregando algunas secuencias de terror realmente potentes y muy, muy elegantes. En dicha elegancia se encuentra tal vez el exceso, que puede llegar a ser percibido como mera pedantería, cuando en realidad se trata de un concepto estético tan sencillo como eficaz.

Al final, por muchos peros que uno le interponga a lo largo del camino, Come True termina siendo un viaje fantástico. Enigmático, bello, oscuro y sensorial. Y si uno es capaz de dejar atrás el estrés que supone el intentar justificar por encima de lo necesario, se regalará a sí mismo una experiencia maravillosa.

A recordar: El apartado visual, musical y la interpretación de Julia Sarah Stone.

A olvidar: La ejecución de su final, aún que no las posibilidades que este abre.

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