El hombre de las mil caras

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Cuantas veces habremos oído, el ya casi tópico, de que “las mejores historias son a veces las más sencillas”. Las aparantemente simples por fuera, pero profundamente complejas por dentro.

Lo importante, en realidad, es calar en el espectador. Llegarle, hacerle participe de la experiencia, raptarlo durante 120 minutos y ofrecerle un relato inteligente, cómico, importante.

El hombre de las 1000 caras es una película con una gran factura, con conocimiento de causa, entretenida, realizada desde la técnica y con una propuesta artística atrevida. No obstante en esta ocasión, este atrevimento no me fascina. Me desubica, me desorienta. Sus pretensiones por atrapar al espectador mediante efectismos resulta ser su mayor carencia. Ese constante movimiento, ese diseño tan irregular, me incomoda. No soy capaz de sentirme dentro, pese a intentarlo y esforzarme.

La historia es apropiada, la trama es sólida. El momento que los españoles estamos viviendo, respecto a la corrupción por parte del gobierno, es crítico. Y películas que relaten esta realidad, de una forma verosimil, están llamadas a ganarse al público, o por lo menos, a captar su atención. Y es en esta faceta donde el film es rico, contiene una importante denuncia social. Ideas interesantes que describen esa lacra contagiosa de mercenarios, embusteros, hipócritas, ladrones y sinverguenzas.

La historia es interesante. Empieza fuerte, con una escena que sugiere una variación estructural cíclica, el espectador cree predecir el final. Finalmente el relato vacila, y no resulta ser así. Ofrece unas expecativas que no se cumplen tal y como se esperan, eso sorprende y agrada, funciona. Lo interesante de la historia no es cómo terminará sino el transcurso en sí. El metraje entretiene, te mantiene despierto y atento. Es dinámica y con ritmo, con una puesta en escena portentosa. A través de las imágenes es intuitivo deducir que los responsables del producto saben de lo que hablan, saben cómo hablar, saben qué decir, pero no saben cuando callar. Y ese es el problema.

Su principal lastre, es el surtido caótico de subtramas, personajes, lineas temporales y la poca sintesis que contiene el discurso. La trama adopta una compleja discursiva, a mi parecer innecesaria. El suceso se nos cuenta, no se nos muestra, y este punto es una gran debilidad de la pieza, hay demasiadas caras. La mayoría de escenas son cortas, musicalizadas, estilizadas a lo “Guy Ritchie”. Una apuesta arriesgada por parte de Rodiguez, que anhela sin embargo, esa potente sustancia que abundaba en su última obra “La isla Mínima”.

La construcción de los personajes es correcta, sin más. El personaje que más desprende, Luis Roldan (Carlos Santos), es el que menos importa, no por la historia en sí, sino por el tratamiento que se le da a este, y por la manera en que la cámara se fija en él. Los principales protagonizan tramas secundarias bastante vacías, que no acaban de exponerse suficientemente como para tomar relevancia en el relato. Los personajes acaban por transmitirte indiferencia. Te enseñan lo malos o buenos que son, pero no el por qué, el film acaba convirtiéndose en un puzzle en el que cada vez tienes menos ganas de encajar las piezas.

El uso de un narrador heterodiegético marcha de una manera eficiente por momentos, forma una acertada alternativa para exponer unos hechos tan enredados, es parte de la identidad del alegato, no obstante en ciertos momentos se hace cargante, fatigoso. El soporte de este en muchas circunstancias es superfluo, ya que se nos refiere a sucesos que: o ya hemos visto, o que bien podemos ser capaces de deducir estando atentos. Es esa supuesta virtuosidad de espectacularizar la historia la que en realidad la desestabiliza. Me faltan momentos para “relajarme”. Que no me muevan de aquí para allí. Que se pare de introducir elementos nuevos y que el patriarca del discurso empieze a jugar habilidosamente con las bazas de las que ya dispone.

Entiendo sus nominaciones en los Goyas, sus premios, su buena crítica y las múltiples grandes capacidades que se le han atribuido. Pero, no las comparto. Pese a reconocer que es una película impecable en ciertos aspectos, creo que podría haberse tratado de una manera más apropiada, que podría haber sido más grande de lo que es. Y que en cierta manera, esta conclusión viene fundada por el amor que siento hacia “La Isla Mínima” dónde este director logró colocarse en la cúspide cinematográfica. Fabricando una de las grandes películas españolas en los últimos años. Su calidad y su conocimiento del lenguaje le dan crédito de sobras para seguir creyendo en él. Y no sé por qué, pero estoy convencido que lo próximo que nos contará, será aún más intrigante que “El hombre de las mil caras”.

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