First Cow

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El inicio de la esperadísima First Cow, que por fin llega a nuestras pantallas tras haber sido proyectada en el pasado D’A 2021, puede parecer caprichoso, incluso anodino, pero es precisamente el encargado de introducir dos puntos de vista bajo una sola mirada de manera sutil e invisible. El gigantesco carguero que se siente intruso en la estampa naturalista y el descubrimiento en la tierra que hace aquel personaje cuya identidad se mantendrá intrascendente en el relato son los precedentes a una narrativa en pasado, pero ya anclada a la mortalidad de la actualidad gracias a estos cinco primeros minutos de rupturismo. El viaje a 1820 ya se ha visto condicionada por una estampa triste pero bella a su vez. Lo inexorable impregna desde buen principio la narrativa.

De aquí en adelante el nuevo trabajo de Kelly Reichardt se moverá cautelosa y pausadamente en los terrenos del pasado. La historia de amistad entre Cookie (John Magaro) y King-Lu (Orion Lee) se inicia desde la melancolía de un tiempo que fue y no volverá. De un tiempo violento y sangrante, en que el sueño americano ya estaba siendo construido sobre los cadáveres de los que decidieron optar por los escrúpulos. La historia de estos dos personajes es contada desde el minimalismo del que Reichardt decide impregnar toda la narración. El ritmo desesperará a más de uno, pues en First Cow lo sensitivo se impone a lo estrictamente narrativo, pese a mantenerse en un plano terrenal y no abandonarlo en ningún momento. La melancolía tiñe el relato y todos sus personajes palpitan silenciosamente una ansiedad colectiva e invisible. En cierta forma, Reichardt decide apostar todas sus cartas a un estilo tan distintivo como peligroso. El ritmo y pulso tan distintivo del indie americano, del cual la película está siendo fenómeno entre los aficionados al mismo. La focalización del silencio, la mirada y la intensidad invisible maximiza los espacios vacíos de la película. Espacios que construyen personaje igual que lo hacen aquellos rellenados con trama y/o acción. Pero el abuso de estos termina no solo aletargando el concepto, sino a su vez dándole peso a un sentimiento que necesita de ser volátil para existir. Como siempre, jamás sabremos si esta decisión ha sido formulada desde la entraña, como aparenta ser, o existe tras ella un pensamiento meramente cerebral.

Sea o no mera imposición, es en parte desalentador darse cuenta de que este mecanismo es el encargado de transmitir la rabia y el desasosiego de unos personajes que luchan no solo por su supervivencia, sino también por su dignidad, y a su vez es el mismo capaz de diluir el impacto que dichos personajes ejercerán sobre el espectador.

Y es que la película aboga a un ardor conocido por todos aquellos que se ven obligados a luchar a diario por una vida digna. A aquellos forzados a aceptar el sistema y a los que se empeñan en tomar el camino correcto pese a lo irracional del propio concepto. Un ardor atemporal que existe desde que el hombre es hombre y decidió que su estructura social se justificaría solo hacia adentro. Es interesante que, respecto a esto, Reichardt elija el western para contar una historia como esta. Pues es un tiempo perfecto para ilustrar un conflicto social como este, pero a su vez se trata de un género cuyos cánones no coinciden en absoluto con el punto de vista que la directora decide adoptar. Esto nutre a la película de un carácter diferenciador. La amistad masculina se plasma sin toxicidad y con una sinceridad de real apariencia. A su vez, se despoja también el relato de todo cinismo, lo cual endurece más si cabe las penurias que sus protagonistas aceptan con un descorazonador temple.

Tras la belleza formal y conceptual de First Cow se esconde una realidad que no pertenece a ninguna época. Y es que pese al embellecimiento conciliador que Reichardt aporta como alivio, en las profundidades de todos nosotros habita el conocimiento desgarrador de que, pese al paso del tiempo, la condición humana sigue siendo inexorable. Al igual que la muerte. El circulo se cierra.

A recordar: la contraposición sincera de sus elementos.

A olvidar: la imposición, algo menos sincera, de un estilo demasiado extremado.

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