Kate

0 Flares Filament.io 0 Flares ×

Kate” es la enésima película en unirse a la nueva oleada de hostias como panes rodadas con elegancia.

El resultado puede ser más o menos convincente, pero el concepto es ese. Netflix Apuesta esta vez por la acción desvergonzada y sin miedo al ridículo a partir de un producto tan autoconsciente cómo autocompasivo. Pues la nueva película de Cedric Nicolas-Troyan (“The Huntsman: Winter’s War“) utiliza el homenaje como excusa para dar rienda suelta a mil y un caprichos de disidente resultado.

Kate (Mary Elizabeth Winstead) es una despiadada asesina criada bajo el yugo de Varrick (Woody Harrelson), otro criminal que la entrenará para adquirir inigualables cualidades físicas y mentales. En el transcurso de una de sus misiones Kate se verá en medio de una compleja trama Yakuza que la llevará a ser envenenada. Con tan solo veinticuatro horas de vida por delante decidirá acabar con aquellos que han decidido poner fin a su vida.

La película trata de jugar en la liga de otras como la saga “John Wick“, “Nadie” o la mismísima “The Raid“, a la cual casi podría guiñar un ojo en cuanto a lo que las nacionalidades de su producción compete pese a que Gareth Evans abrazó la identidad indonesia de su película en su totalidad. Kate, en cambio, parece querer usar el carácter japonés qué impregna todo el metraje a modo de atractivo envoltorio pese a su identidad indudablemente americana.

En este caso, el neón y la fluorescencia son usados para definir una ciudad de Tokio envuelta en un tópico absolutamente buscado. Su director es rotundamente consciente de ello. Y, de hecho, este es uno de los principales atractivos de la película: su desvergonzada actitud ante el bombardeo de orgullosos lugares comunes tratados con cariño, pero algo ausentes de garra.

Y es que Kate cuenta con unas espectaculares coreografías envueltas, además, en un estéticamente imponente diseño de localizaciones. Sin embargo, la energía que desprenden sus disparatadas secuencias de acción no llega nunca a estar a la altura de los títulos mencionados anteriormente. Y no precisamente porque dichas secuencias no estén planificadas de un modo ejemplar. Lo que si están es algo desmerecidas por el montaje y por una sensación de movimiento memorizado. Es una lástima qué momentos tan visualmente impactantes como la pelea en el club, que parece querer homenajear a “Shadow” de zhang Yimou, culminen con la sensación de haberse quedado a medio gas.

Y, pese a todo, el resultado termina siendo satisfactorio. A ello ayuda una Mary Elizabeth Winstead en estado de gracia (¿ha dejado de estarlo alguna vez?) y entregadísima a la causa. Una causa que ella aparenta disfrutar sin complejos, ya que hace suyo el carácter badass de su personaje y lo dota de una templanza irrompible incluso cuándo le toca soltar ciertos one-liners qué sonrojarían al mismísimo Harry Callahan.

Pero, incluso con el buen hacer de Winstead, la trama termina adoleciendo de ser excesiva y cómete el crimen que ninguna película de acción debería permitirse: ponerse aburrida. En cuanto a esto recuerda otro caso muy similar cómo fue el de “Atómica” (David Leitch, 2017) cuya trama de espionaje también sabía a poco pese a las cantidades en las que se nos servía.

Netflix vuelve a repetir un esquema conocido. Sus producciones rara vez destacan por encima de la media pesa su popularidad. Su concepto del entretenimiento tiende a estar cortado por un patrón excesivamente cerrado. En el caso de Kate, pese a los niveles de desenfreno en cuanto a la violencia se refiere, la cosa vuelve a terminar en un producto entretenido, pero algo olvidable.

A recordar: el diseño de sus localizaciones y una Mary Elizabeth Winstead que va a tope con todo.

A olvidar: su falta de capacidad de impacto.

Deja una respuesta