La liga de la Justicia – Snyder Cut
Este texto está completamente libre de spoilers.
Ya está aquí, ya llegó. Uno de los eventos cinematográficos más singulares de un año de circunstancias a la altura. El DCEU nos tiene más que acostumbrados a las versiones extendidas y revisiones del director. Vivimos un momento en que los traspiés de los estudios no otorgan solo una segunda oportunidad, sino que incluso aportan la capacidad de sacar tajada de ello. Nada nuevo bajo el sol, pues es un movimiento más que habitual. Pero nunca se había llevado tan lejos. Y es que la premisa de este Snyder Cut es la de un estudio vanagloriándose de su propia hecatombe. La producción de La Liga de la Justicia (2017) estuvo maldita incluso por encima de los estándares de la coalición habitual Warner-DC. El resultado final terminó siendo realmente pobre, amén de dejar una película huérfana de padre, y a su vez, de alma.
Este no podía ser simplemente otro borrón en la agenda de la productora. Pues esto no es el Escuadrón Suicida, cuyos personajes eran en su gran mayoría desconocidos por el gran público. Esto es la unión de los grandes estandartes de DC Comics, y vienen acreditados por un nombre propio como el de Zack Snyder.
El mero pretexto de un renacimiento concebido como una nueva película construida a partir de restos, reshoots y secuencias rodadas a posteriori siempre fue aterradora. La configuración perfecta de un monstruo de Frankenstein absolutamente ausente de dirección. Y, de hecho, el mismo internet que engendró el proyecto lleva intentando matarlo a base de horca y antorcha desde antes de su nacimiento. Pero este fénix del absurdo ha resurgido finalmente. Y la verdad es que tiene un aspecto estupendo.
Snyder nos tiene acostumbrados a grandilocuencias visuales sin fin, que a su vez se traducen en parábolas narrativas que generan emociones vigoréxicas. Habitualmente estas cabriolas son soportadas por poco más que su propia condición de solemnidad temática. Un acto prudentemente onanista, pero a su vez respaldado por un respeto y conocimiento por la técnica a emplear. Es por ello que en la consciencia colectiva se tiene a Snyder por un director mucho más emocional que cerebral. Pero para gestionar tamaños niveles de intensidad y grandilocuencia, tanto visual como conceptual, uno necesita de una capacidad de perspectiva desbordante. Y si bien es cierto que este es posiblemente el proyecto del director con más corazón (por lo menos en el núcleo de su propia existencia), también lo es que este ha sabido suplir muy bien las ausencias puramente narrativas de la versión Whedon.
El propio concepto de este nuevo corte, existiendo como un producto distinto y que además no está coartada por un estreno en cines, le aporta a Snyder una libertad envenenada. Pues, si uno no es capaz de capaz de delimitar, este es un proyecto que -y especialmente en las manos de quien está-, corre peligro de desbordar por todos sus costados. Y fugas hay unas cuantas. Pero, al final, la mayor parte de la carga a transportar se mantiene firme, e incluso estable. En más de una ocasión el ritmo se resiente e incluso nos encontramos con piezas del puzle que parecen sobrar. Esto es especialmente notorio en sus numerosos epílogos, que además son la semilla de algo que a día de hoy será difícil llegar a ver, y que merman el menor atisbo de uniformidad. Y es que estamos ante una película de cuatro horas de duración. Cuatro horas en que la intensidad se mantiene (y mantener es un término complicado de gestionar teniendo en cuenta el desbarajuste de materiales que al director le toca gestionar) siempre en cotas altísimas y que agotará la energía a más de uno. Sin embargo, es difícil que hayamos llegado hasta aquí sin saber a lo que nos enfrentamos, y por tanto los términos y condiciones están aceptados.
Pero más allá de la mera espacio-temporalidad, lo que engrandece este Snyder cut es su mejora, no solo respecto a su versión anterior, sino incluso respecto a otros títulos del mismo universo. El desarrollo de sus personajes es efectivo más allá de enmendar las carencias ya conocidas. Y es que el libreto no solo repara, sino que también construye. Construye para enriquecer aquello con lo que ya contamos, y para cimentar para la futura edificación. Ray Fisher (Cyborg) y Ezra Miller (Flash) son los triunfadores más obvios de esta nueva versión. Pero, si algo ha sido siempre criticado de este universo extendido DC son los pobres tratamientos de sus villanos. Esto fue especialmente notorio (incluso irrisorio) con el Steppenwolf mostrado en la anterior versión. Sin embargo, esta vez Snyder consigue, amén de darle peso mediante una motivación y tridimensionalidad a la que agarrarse, que el espectador sienta temor. El desarrollo de una historia mucho mejor estructurada aporta nervio no solo a un personaje que fue terriblemente maltratado, sino también al universo que este trae consigo. Un universo oscuro, y aterrador que se ve plasmado en el tono visual de la película y que a veces resulta incluso excesivo por sobredosis de desaturación. Sin embargo, este tratamiento visual a base de filtros luce infinitamente mejor en esta revisión, en que la sensación de plástico y contradictoria teatralidad desaparece casi por completo.
Y es curioso que esto último destaque en una película compuesta en un formato tan extraño para su genero como es el 4:3. Y es que su uso extraña, pero termina sintiéndose más orgánico de lo esperado. Bien es cierto que su condición televisiva lo hace contradictorio, ya que no puede aportar lo que aportaría su proyección en IMAX (esto queda mejor explicado aquí de la mano de Pol Turrents y Eduard Grau), para la que fue concebida. Pero su composición expresa para dicho formato de imagen hacen que respetar la visión original del autor no sea un impedimento a la hora de que el espectador pueda disfrutar de un producto tan poco habitual como es este.
Olvidaros de la perfección a la hora de enfrentaros al visionado de las cuatro horas de la solemne epopeya superheroica de Zack Snyder. El nexo de su propia identidad le impide siquiera acercarse a ella. Pero la perfección es un concepto ambiguo, y adopta formas muy dispares según quien la invoque. Si precisamente estamos ante uno de los estandartes de un director que identifica la trascendencia mediante los ojos de un niño, por que deberíamos acercarnos a ella si no buscamos algo parecido.
No olvidemos, pues, que el monstruo de Frankenstein fue construido a partir de retazos, pero fue su humanidad la que le otorgó la inmortalidad.
A recordar: La emoción, respaldada en la construcción.
A olvidar: El fandom tóxico, mucho más adherido a la película de lo que pueda parecer.