Madres Paralelas
Se ha hablado de Madres Paralelas como la película más política de Pedro Almodóvar. Y, de seguro, lo es. Pero, ¿Cuándo no lo ha sido el director manchego? Desde sus inicios -Uno de sus primeros cortometrajes si titulaba “Film Político”, por el amor de dios- en que los tonos eran más ligeros y la movida maquillaba de extravagancia la lucha de sus personajes hasta una etapa central en que las cloacas y guetos de las urbes relucían más que nunca.
Sin embargo, y esto queda muy presente en esta última etapa del director, Almodóvar solo responde ante si mismo. Podrá ser tachado de ombliguista por ello, pero más de cuarenta años de autoría le avalan. El que no se haya querido bajar del barco a estas alturas, tiempo ha tenido.
La coincidencia de dos madres solteras a punto de dar a luz en la misma habitación del hospital les cambiará la vida a ambas. Janis (Penélope Cruz) arde en deseos de sujetar entre sus brazos a su hija. En cambio, Ana (Milena Smit), menor de edad, está aterrorizada. Este vinculo creado entre las dos y sus respectivas hijas marcará por siempre su destino.
Pese a que el centro de Madres Paralelas sea esta relación entre Janis y Ana, la película abre hablándonos de algo aparentemente distinto. Janis se encuentra en plena lucha por abrir la fosa común de su pueblo y así poder poner fin a años de dolor e incertidumbre. La memoria histórica entra en la película de un modo demasiado enunciativo, pero a su vez, hará que muchos se vean obligados a escuchar en voz alta aquello de lo que nadie entiende que se haya hecho oídos sordos tanto tiempo.
El paralelismo entre el conflicto personal de los personajes principales y la tragedia enterrada bajo nuestros pies parece dividir la película en dos bloques demasiado diferenciales. Sin embargo, Almodóvar sabe hacer gala de una sutileza intercalada entre capas capaz a la hora de interrelacionar ambos mundos. Las heridas que solo cicatrizan mediante el conocimiento forman parte de ambos universos y, pese a que es cierto que estructuralmente el tema queda presentado de un modo demasiado tosco, es en su parte central, en la que este parece ausente, cuando se fragua el reflejo que une ambas narrativas.
Almodóvar volverá a ser tachado de caprichoso y poco sutil. Sus historias suelen contener tantos personajes y vicisitudes vitales que son difíciles de poner en perspectiva sin la métrica del tiempo. En esta última etapa de su filmografía, el manchego ha dejado de lado su componente más coral, pese a seguir jugando con la crueldad de un destino tan arbitrario como real. Pues esta es la visión de un cineasta vivido que si contiene en su haber dicha perspectiva temporal. A día de hoy, la carga vital del director queda plasmada en sus películas de una forma más vibrante que nunca pese a que estridencias y colores primarios hayan sido relegados a un segundo plano. Desde el exterior, aparenta ser un cineasta domado, pero diálogos como el que mantienen Penélope Cruz y Aitana Sánchez-Gijón en el patio, demuestran todo lo contrario.
Pues el verdadero poder de este Almodóvar se encuentra soterrado bajo los escombros de su propio pasado colorista e irreverente. Se ha convertido en un director de gestos y miradas, sin perder por el camino todo aquello que ya le hizo grande desde el principio, como su capacidad para extraer el oro más puro de sus actrices y actores, ya sea a partir del detalle mas sintetizado o el grito a los cuatro vientos. Muestra de ello, y en especial de lo primero, es el trabajo de una Milena Smit cuya carrera no parece pretender frenar en su meteórico ascenso. Una interpretación que contiene no solo una ejecución de una delicadeza teatral exquisita, sino también la rabia condensada de una generación (de personajes y actrices) cuyo silencio esconde el fuego del cambio. El ejemplo de que la copa Volpi que Penélope Cruz recibió en el festival de Venécia por su interpretación en la película, responde al reconocimiento a una carrera al que Smit esperemos pueda optar algún día.
La sensibilidad por la melancolía adquirida con el paso de los años, muy parecida a la que ya vimos en la descomunal “Dolor y Gloria” (2019) es ahora el nexo de unión entre las mil y una voces de un director que siempre ha sido fiel a sí mismo. Muestra de ello será, de nuevo, ver como Madres Paralelas dividirá opiniones y creará un debate tan hermoso como candente. Se trata de una película tan especial como conscientemente carente de justificación. Vital y vibrante.
A recordar: como el carácter generacional impregna todos los elementos, incluyendo a una Milena Smit descomunal, para ir más allá de la tosquedad de su representación sobre el texto.
A olvidar: dicha tosquedad en el texto.