Review de No Mires Arriba, de Adam McKay
Como todo fenómeno, los de Netflix también son efímeros. Pero que el más reciente de la plataforma sea una obra del perfil de No Mires Arriba y más en fechas navideñas, dice bastante de nosotros y del momento. Y aunque la película de Adam McKay no hable estrictamente ni del virus ni sus oportunas variantes que nos han arrebatado tanto, las equivalencias, las resonancias poliédricas de un relato como este, son tan evidentes que sólo su tonalidad de sátira pueden alejarla lo suficiente para que podamos reírnos. Sí, de nosotros mismos.
Negacionismo pre-apocaliptico
De la cultura efímera de los memes y el fenómeno de las fake news, de los negacionistas de lo obvio y de la hipocresía, no sólo de la clase política. De eso nos habla y nos expone McKay y no se corta un pelo para explorarlo, ni ahorra tampoco en artificios pirotécnicos.
Un meteorito que supondrá el cataclismo definitivo que nos evocará directamente a la extinción se dirige a la Tierra. La catástrofe la advierte de casualidad la estudiante de astronomía Kate (Jennifer Lawrence), que junto al Dr Randall (Leonardo DiCaprio) se verán forzados a iniciar una improbable odisea de divulgación extrema para concienciar a la sociedad. Llevándolos a los dos hasta las altas esferas de La Casa Blanca, hospedada por la presidenta (Meryl Streep).

La exposición de los hechos, de las dificultades que podría comportar intentar difundir la peor de las noticias en un contexto así, en la era de la postverdad, se adivina – al menos al principio -con alarmante plausibilidad; si bien toda cordura y lógica terrestre negarían lo evidente, la lógica que impera en los primeros compases de la película no se aleja en demasía de lo que podríamos esperar de las reacciones de los altos estamentos públicos, es decir, trágicamente irracionales. Una Meryl Streep que parece ser una suerte de evolución Trumpista, instaura rápidamente una dialéctica casi kafkiana en la que se ven envueltos los dos protagonistas y de la que ya no podrán escapar.
Y sí, No Mires Arriba es divertida y trágica al mismo tiempo. Es lo que tienen las sátiras, que a la que alejas el foco te ríes a carcajada limpia. Esos momentos los tiene la película. A veces excesiva, cuando lo expuesto es tan exagerado que la sátira se diluye en lo caricaturesco; pero mucho menos te ríes cuando el foco se aproxima demasiado y el reflejo que devuelve es alarmantemente nítido por verosímil. Esos momentos también los tiene y son la demostración inapelable de que las mejores comedias acaban por doler.
La política del like
A los ya mencionados Lawrence, DiCaprio y Streep, se les une una fila de actores de primerísima línea como Cate Blanchett, Jonah Hill, Mark Rylance, Ron Perlman y Timothée Chalamet entre otros. A McKay le van los repartos corales con intérpretes de primera, aunque sus apariciones sean más o menos anecdóticas en algunos casos y funcionen con distinta suerte.
Probablemente Blanchett en el papel de presentadora de televisión, tenga una de las papeletas más delicadas del metraje. No estoy convencido ni de su voz ni de su tono, pero se lo compro porque es ella. En cambio, en la última hora -porque esta es una película larga- Chalamet funciona como un tiro. Precisamente en los momentos que se dirime la promesa de la tragedia, aportando cierto alivio ingenuo del que la película se beneficia mucho en momentos delicados.
Y no diré vista y olvidada, pero algo tiene de eso también. Tal vez la brillante y esforzada caligrafía de McKay para impregnarla de lo que podríamos catalogar como cultura del hiato, del meme, de lo inmediato la conviertan en eso. En una operística y sofisticada obra de usar y tirar, de consumo rápido, como el signo de los tiempos, como la última fake new o el penúltimo fenómeno de Netflix.
Fugaz como la estela de un meteorito o la incertidumbre -esperemos que caduca- que se cierne sobre nosotros ante un año que cerramos compartiendo memes por whatsapp que ahoguen el drama. Entre lo plausible y el estupor, ahí sigue habitando lo que nos salva. Ojalá 2022 venga con otros aires.
A recordar: McKay sabe cómo contar una historia siendo tremendamente entretenido sin dejar de ser ácido, crítico, cómico, irreverente, trágico.
A olvidar: Su propia naturaleza la evocan al reducto del sketch, del efectismo sin dejar verdadero poso.
