#Terrormolins21: Masking Threshold

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Los principios del lenguaje cinematográfico dictaminan que el sonido debe ser siempre complemento de la imagen y no a la inversa. Pero, ¿qué ocurre cuándo es la imagen la que define el sonido?, ¿y si la existencia de una dependiera exclusivamente de la otra?, ¿puede o debe existir un lenguaje audiovisual en qué ambos canales vayan mucho más allá de la coexistencia?

Masking Threshold experimenta con estas premisas sobrepasando el mero recurso formal. Su utilización del lenguaje constituye la identidad sin la cual no podría permitirse existir. A su vez, su condición de tesis, tanto ficticia como real, la posicionan por encima de la convención sin limitarla a medios que, a priori, podrían casar mejor con su extremismo visual como son el videoclip e incluso el video arte. No señor, Masking Threshold no se deshace ni un segundo de su capacidad para fascinar de la forma más orgánica posible. No nos equivocábamos al elegirla como uno de los títulos imprescindibles de esta edición de Terrormolins.

Tras un accidente de lo más casual, un desmotivado trabajador de TI intenta curar su desgarradora discapacidad auditiva. El ruido del silencio lo está arrastrando poco a poco a la locura y su ambición por cuestionarlo todo no ayuda a poner freno al proceso. Experimentos, pruebas, investigación y mucho ensayo y error llevarán a nuestro protagonista sin rostro hasta los abismos en que la lógica y el absurdo se dan la mano.

La premisa de la película se presenta farragosa de buenas a primeras, pero es sorprendente como el buen hacer de Johannes Grenzfurthner, director, guionista y actor protagonista, consigue aportar un ritmo trepidante a un concepto tan cerrado como este. Masking Threshold está narrada en un noventa y nueve por ciento a base de planos detalle que, a base de un montaje visual y sonoro absolutamente desquiciante, consiguen apelar a la víscera mediante lo cerebral. A su protagonista jamás le veremos del todo el rostro y la existencia de los elementos en pantalla se fragmentan en mil y un puntos de vista que construyen su individualidad.

Todo en conjunto suena tan atractivo para quienes buscan expandir sus limites como prohibitivo para los más amigos de lo convencional. Sin embargo, la gran victoria de la propuesta se encuentra en una construcción en que todos los elementos danzan al unísono para, no solo aportar ritmo, sino también un magnetismo despampanante. Grenzfurthner, a quien pudimos ver presentar la película en la Peni, escribe e interpreta una forma de cuestionar el universo realmente personal. Lo irónico de sus cuestionamientos y lo categórico de su definición de lo social, religioso y científico construyen un personaje que aparenta tener muchísimo de autobiográfico. En su divagada tesis tienen cabida el existencialismo más intimo y a su vez la capacidad de abarcar los terrores universales desde partículas microscópicas. No sería ninguna locura hablar de horror cósmico pese a no formar parte la película de los mitos de Lovecraft, ni estar en una sintonía especialmente cercana a ellos. Sin embargo, Masking Threshold crece cuando magnifica desde lo microscópico.

Y es que de ahí precisamente nace su capacidad de repugnar y aterrorizar. La cercanía, no solo de la cámara, nos aporta un punto de vista grasiento y de desagradables texturas a la vez que la incursión de la asepsia científica le permite a la película mostrarse lo suficientemente cruel (una hormiga es el único animal real muerto que veremos, eso si) en concepto como para que el recurso visual no quede desangelado. Y es que es precisamente por ello que planteábamos tantas preguntas al principio. Por que el sonido define la imagen sin que esta esté presente y viceversa. Si el protagonista de la película no es capaz más que de acercarse a replicar el sonido de su silencio para mostrárnoslo, ¿Cómo puede ser que salgamos de la sala teniéndolo tan claro en nuestra cabeza? La simbiosis es perfecta y nada es excusa de nada.

Más allá de su capacidad para repugnar y erizar la piel, Masking Threshold es un pequeño portento en que la cámara define universos micro y macroscópicos que se contienen entre sí. Un componente surrealista creado desde texturas de corte científico e ideas que son puro nihilismo romántico. Si es que eso tiene sentido. Una experiencia que no podemos estar más agradecidos de haber vivido en una sala de cine gracias a los programadores kamikaze de Terrormolins.

A recordar: Su capacidad para difuminar las líneas que separan a sus elementos, creando un lenguaje casi propio.

A olvidar: Un segundo acto que se dilata de más en lo explicativo.

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