Un Segundo
Dos años han pasado ya desde que la, por entonces, última película de Zhang Yimou se caía del line up del festival de Berlín por susodichos problemas técnicos. Poco tiempo se mantuvo en pie una falacia destinada a caer por su propio peso, pues China no es un país precisamente conocido por celebrar el libre pensamiento. Así pues, Un Segundo, la película del realizador chino quedaba relegada al limbo de los censores a esperas de remontajes y reshoots. La fuerte carga política contenida en la película la establecieron como blanco fácil desde el principio.
Así pues, Yimou tuvo tiempo a rodar dos películas (una de ellas, “Cliff Walkers”, se presentará en el festival de Sitges 2021) entre los retoques forzosos a su oda envenenada al séptimo arte. Un Segundo supone una carta de amor al cine, pero también una feroz critica a un sistema totalitario en necesidad de colapsar.
En tiempos de la revolución cultural china, un convicto (Yi Zhang) escapa de un campo de trabajo. En su periplo roba una bobina que contiene la película que se pretende proyectar aquella misma noche en el pueblo más cercano, al otro lado del desierto. Sin embargo, en el camino se cruzará con una niña vagabunda (Haocun Liu), que también siente un desmesurado interés por la cinta. Sus motivos son distintos, pero ambos lucharán contra viento y marea por hacerse con ella. Y de dicho enfrentamiento, nacerá una extraña amistad.
Yimou abre la película con un peculiar y cómico juego del gato del ratón en que ambos protagonistas se definen mientras luchan por arrancarse mutuamente de las manos la preciada bobina. En este toma y daca el espectador empezará a darse cuenta de que las motivaciones, pese a no estar todavía definidas, carecen de concreción. Sin embargo, no será hasta que ambos lleguen al pueblo y el personaje del proyeccionista Don Películas (Wei Fan) entre en juego, que los verdaderos motivos que han llevado a la película a ser blanco de mutilación saldrán a relucir con total claridad.
Y es que, lo que en un principio aparenta ser la reinterpretación personal de Yimou de la querida “Cinema Paradiso”, esconde bajo su superficie más que simple emotividad. El director crea un paralelismo bidireccional entre el cine y la obsesión de un país por el control de su población. Esto se ejecuta de un modo literal cuando muestra las clásicas cintas pro militaristas y como el pueblo las recibía con un entusiasmo nacido de la mera precariedad. Pero, también en el terreno de la metáfora, pues la imagen en movimiento ejerce de catarsis (individual y colectiva) y de nexo de unión de una población dividida por los horrores de la era de Mao.
Así pues, desde dentro “Hijos heroicos”, la película proyectada dentro de nuestra propia película, ejerce del espejo en el que Un Segundo se mira continuamente en un intento de exponer con ironía, pero a su vez de cuestionar las propias acciones pasadas. Pues la sutileza con la que Yimou construye su metáfora mediante sus personajes y la formación de sus arcos, es el arma más poderosa con la que cuenta una película que, finalmente, ha quedado desdibujada.
Al final, con lo que uno se encuentra a lo largo del viaje a través del desierto es con la lucha (interna y externa) de un director obligado a avanzar y retroceder en demasiadas ocasiones. Las ideas y venidas, sumadas a ciertos baches y espacios vacíos hacen de Un Segundo una película despojada de una base sólida a la que aferrarse. El total es abarcable, pero en lo individual cuesta aferrarse a la búsqueda de una naturalidad llamada a existir, pero inexistente.
Y que curioso es que, a fin de cuentas, este maltrato haya terminado convirtiendo a la obra en una pieza incompleta, pero a su vez más valiosa y mucho más poderosa en su mensaje. Mas de cien años y todavía les pilla por sorpresa.
A recordar: Como Yimou construye la metáfora y el doble juego mediante ironía y medición.
A olvidar: lo tosco que termina pareciendo el resultado final tras ser despojado de la perspectiva.