Unhinged (Salvaje)
Tenemos interiorizado a un Russell Crowe encapsulado en un porte de señor, pero lo cierto es que no es la primera vez que le vemos interpretar a un villanísimo. Tal vez sí sea, en cambio, la primera vez que le vemos romper el armazón para abrazar el papel de forma tan visceral.
Salvaje será posiblemente recordada como la película por la que el australiano fue tristemente ridiculizado en redes ya que su aspecto físico está realmente alejado del que lucía el icónico Máximo Décimo Meridio de “Gladiator”. No es esta la primera vez que un actor gana o pierde peso para un papel, pero la fuerza del recuerdo parece pesar más en este caso. Pero hay bastante más que un cambio de imagen del actor principal tras la película. Hay un discurso gritado con una intensidad desesperada, un pulso narrativo por encima de lo funcional y una capacidad de entretener envidiable.
Y es que Derrick Borte ha sabido tirar muy bien de oficio a la hora de narrar con estilo y muchísimo músculo. Películas como esta, que se toman el entretenimiento muy en serio, dignifican una a veces demasiado autoconsciente. No hay ninguna clase de vergüenza tras Salvaje y su condición de producto no desmerece en absoluto el resultado. Bien es cierto también que guiones como este están siempre condicionados a un alto número de decisiones inverosímiles que generalmente se tornan ridículas para mantener a flote una trama que no puede permitirse perder el ritmo. Y este caso no es en absoluto distinto. El guion es disparatado y en más de una ocasión parece necesitar una vuelta, pero Borte es capaz de reducir el precio de tal peaje a partir de una atmósfera tan desquiciada que a veces resulta excesiva, pero por lo general le da sentido al conjunto.
En más de un momento lo funcional de este carácter tan subrayado choca frontalmente con alguna secuencia con mayor capacidad de hablar por si sola. Como es ese prólogo, que podría incluso pertenecer a otra película, pero sin el cual nada sería la mitad de potente. Tras ello, entran en juego unos créditos que nos avasallan a base de información tan redundante como asfixiante. Dos secuencias de espíritu tan distinto que pueden desconcertar a más de uno. Pero cada una atractiva a su manera.
Al fin y al cabo, una película que habla tan pasionalmente sobre la pérdida del control, debería poderse permitir perderlo de vez en cuando. Y de hecho sorprende que, de nuevo, pese a su condición de gran producto comercial no se corte un pelo a la hora de mostrar lo truculento y violento de los actos de un Russell Crowe que poco tiene que envidiar a los psicópatas de muchos slashers. Al fin y al cabo, la película contiene muertes espectaculares, y su asesino tiene un discurso y es realmente carismático pese a lo repulsivo de sus motivaciones.
Y como no existe slasher sin la figura del némesis (AKA ‘final girl’) la víctima tenía que estar a la altura. Y Caren Pistorius, desde luego, sabe estarlo y no agachar cabeza en ningún momento. El duelo de titanes se mantiene en constante chisporroteo tanto cuando se siente terror como cuando se desata el odio.
Salvaje no está llamada a ser un antes y un después para nada ni para nadie. Pero, desde luego, se trata de una experiencia intensa, catártica y terriblemente entretenida. Y sobre todo funciona por que está realmente orgullosa de todo esto.
A recordar: la intensidad del duelo entre protagonistas.
A olvidar: la necesidad de reiterar en lo rápido que se olvida.